Marcelo Ebrard, la venganza y el pragmatismo. Por Caleb Ordóñez T.

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El ungimiento a Claudia Sheinbaum por parte de toda la cargada morenista radical, representa la idea de cómo serán las candidaturas de ese partido en el 2024. El que se mueva, no saldrá en la foto.

La noticia del triunfo de Claudia en las encuestas, del pasado miércoles, es sin duda la nota política del año. Por muchas razones; la más emblemática quizá, es el hecho de que casi todos sabíamos que eso sucedería.

No se debe ser un gurú para comprender lo que ha sucedido por los últimos años: AMLO siempre ha querido una sucesora mujer, a fin de trascender a la historia como un estadista que le entrega el poder a una mujer por primera vez en la historia del país.

Y finalmente se le podría conceder ese ensueño al presidente. Si no es a Claudia, tendría que entregarle la banda presidencial a Xóchitl Gálvez. Su plan avanza a la perfección en ese tema.

Lo que tiene en jaque al morenismo es la rebelión de Marcelo Ebrard. Pues es evidente que el ex canciller tiene un capital electoral suficiente para crear un sismo político que provoque un golpe importante para boicotear el triunfo de Sheinbaum.

El sentimiento de Ebrard es de despecho y decepción. Eso es peligrosísimo. Como dice la frase popular: “La gente olvidará lo que dijiste , olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir“.

El movimiento “Marcelista” se siente ofendido y engañado; golpeado y abusado. Esa afrenta puede durar más de lo que muchos imaginan.

El rompimiento no se trató de una simple etapa interna de un partido político. Sino de una constante burla; un montaje que se fue cumpliendo al pie de la letra y que terminaron por aprobar las otras “corcholatas” quienes han lucido derrotados y hasta humillados por los raquíticos números arrojados para cada uno de ellos.

Un resultado forzado

La primera impresión del triunfo de Sheinbaum es tan gris, como lo fue su precampaña.

A pesar de los altísimos números que supuestamente arrojaron las encuestadoras, la exjefa de gobierno no logró despertar algarabía por su nombramiento. Esa constante apatía le ha sido un constante dolor de cabeza, pues su desangelado personaje no ha logrado conectar siquiera con los fanáticos más recalcitrantes del presidente.

Es quizá por esa cuestión que el evento del pasado miércoles y la rueda de prensa del jueves no contribuyen a un arranque exitoso de la precampaña oficial. Pues el apoyo de gobernadores y personajes del gobierno federal, se muestra más como una imposición y un intento de obligar a los morenistas a decantarse por un proyecto que no les emociona. Muy parecido al institucionalismo que pregonaba tanto el PRI antiguo.

Ante este escenario, la confusión reina en un ambiente muy contrario al del 2018, cuando AMLO al ser ratificado como candidato a la presidencia lograba esperanzar a millones de personas.

El ambiente de hoy es oscuro y hasta deprimente; divisor y decadente.

Ebrard sabe que tiene la agenda política nacional en sus manos. Su próxima decisión podría decidir el rumbo que la balanza tomará en el próximo sexenio.

Adiós a los acuerdos

Sus palabras tienen un sentimiento especial; una carga por venganza que se ha acumulado durante los últimos años, en tantas aventuras que ha emprendido y en que ha fracasado. En cada una de ellas, no estuvo en sus manos el triunfo o la derrota.

Ebrard luce cansado de ser el segundo lugar, el resignado y sacrificado. Se ve hastiado de creer en ideologías o teorías políticas. Cuando dice que morena es “igual que el PRI de antes”, muestra los dientes. Quiere pelea, si con diplomacia y delicadeza fue imposible, ahora luce combativo y peleador. Su rebeldía pregona una batalla que será larga y culminará hasta Junio del 2024, sea cual sea la postura que tome.

Marcelo Ebrard mostrará en los siguientes días su rostro más pragmático. Pues el enojo colectivo de sus seguidores lo convocan a no dejarse vencer una vez más en las decisiones del escritorio presidencial.

Marcelo quisiera venganza. Y no busca quien se la debe, sino quien se la pague.

Los días decidirán su talante. Tiene dos alternativas: Redimir el desprecio que ha sufrido por años o decepcionar al gran cúmulo de seguidores que ha logrado reunir durante los últimos tiempos.

Ya es muy tarde quizá, para decirle al señor presidente: “Acepto la derrota”.