A poco menos de un mes para que finalicen formalmente, las campañas políticas, el fervor social no despierta.
Mucho hemos recalcado en que estas serán las elecciones más grandes de la historia, por la cantidad de candidatos y puestos a elegir. Sin embargo, el fantasma del abstencionismo se asoma cada día más, mientras más se acerca el 2 de junio.
Si bien en el 2021 se rompió el récord histórico de participación en las urnas con la participación del 51.7% del padrón. Hoy, casi todas las encuestas concuerdan en que la gran mayoría de las personas (77%-80%) desconocen la fecha de la votación y menos saben donde estará la casilla a la que deben acudir.
¿De quién es la culpa de la desangelada elección de este 2024?
La respuesta podría resumirse en la pobre transmisión del segundo debate presidencial convocado por el INE, del pasado domingo 28 de abril.
Simplemente, tenemos candidatos aburridos; formatos caducos; discusiones estériles: campañas tediosas y partidos odiados.
El aburrimiento reina en las campañas presidenciales. Éste es un estado de falta de interés colectivo; una nula estimulación en las actividades de los candidatos o en sus discursos. Surge cuando no hay nada que despierte nuestra curiosidad o nos motive. Se caracteriza por la sensación de monotonía, apatía y desinterés. Tres adjetivos que enmarcan perfectamente el talante de los ciudadanos, según los sondeos.
¿Qué ofrecen?
Quisiéramos que las propuestas fueran el centro del debate en los hogares y restaurantes, cuando se mencionan las distintas campañas, sin embargo la pobreza de causas, ha causado una tormenta de dimes y diretes, donde nuestra elección se limita a votar por “el menos peor” o “el menos quemado”.
Hacer un voto razonado es crucial porque asegura que nuestra elección esté fundamentada en el entendimiento y análisis de las opciones, mas allá de la parafernalia electorera.
Esto promueve la responsabilidad cívica, nos ayuda a evitar decisiones impulsivas y contribuye al establecimiento de una sociedad democrática informada y que participa en el día más importante de cada seis años.
Pero no todo se centra en las campañas presidenciales.
Nuestra responsabilidad primaria, es conocer primeramente cuáles son nuestros distritos locales y federales. Luego, conocer quiénes son los distintos candidatos a las cámaras de diputados, pues finalmente ellos son quienes representarán nuestros intereses como ciudadanos.
Debemos conocer entonces, quienes son los candidatos al Senado de la República, pues ellos representarán a nuestro Estado y al país. ¿Qué ofrecen? ¿Cuáles son sus hojas de vida? ¿Para qué quieren llegar a un puesto público?
Es evidente que existe un malestar social y un enfado general en las calles.
A la pregunta expresa que se realizó en todos los medios que realizaron un post-debate con expertos: ¿quién ganó el debate?
Existen cien respuestas distintas para poder descifrar si existió un o una ganadora.
De los más de 16 millones de mexicanos que vieron el debate por televisión y los otros cientos de miles que lo siguieron por medios digitales, debemos preguntarnos:
¿La calma de Sheinbaum logró serenar el enojo social? ¿Xóchitl pudo encender más la aversión contra López Obrador y la 4T?¿Consiguió Máynez robarle votos al PRIAN con su eterna -y evidentemente falsa- sonrisa? Si alguien hubiera obtenido una respuesta favorable, entonces ese candidato ganaría el debate. Y no, no lo conquistó ninguno. Porque a la gente no nos resuelven ninguna necesidad sus peleas al aire.
¿No quieren que votemos?
No pedimos que las elecciones sean un show. Mucho menos que nos convirtamos en lo que sucede cada elección en el colorido y polémico Nuevo León. Pero es importante que las campañas se adecuen a sistemas de comunicación más asertivas y exitosas, a fin de que la gente logre identificar las diferencias que tienen entre candidatos.
Es trascendental que el INE de un golpe de timón a su raquítica y exigua estrategia para promover el voto. Pues pareciera que con la nueva administración del INE, retrocedimos décadas. El formato del debate evidenció la falta de capacidad y talento para mostrar a un instituto moderno, o mínimamente vigente.
¿O buscan que la gente no vote?
Porque si la gente no vota, gana el partido oficialista. Eso pasa en cualquier país mínimamente democrático.
Las encuestas muestran un aplastante triunfo de Morena, cuando se pregunta: ¿Quién cree usted que ganará la elección? Pues incluso los partidarios de la oposición ya se sienten derrotados, ante la ineficiente y gris campaña del PRIAN. ¿En verdad, los flamantes asesores no tienen ninguna sorpresa, o algún as bajo la manga?
Más allá de lo que hagan los institutos políticos y los candidatos. El reto que tenemos como sociedad, es al menos, tomarnos el tiempo necesario para informarnos quienes nos quieren representar y quienes nos quieren gobernar. Pero también, exigir nuevos métodos para que todos participemos, no sólo al recordar que el sufragio no sólo es un derecho, sino una obligación.
Las cosas dejan de ser aburridas, cuando las comprendemos y nos involucramos de lleno.